viernes, 6 de septiembre de 2024

Maldito trabajo: ¿Hay que seguir el culto al sacrificio laboral o repensar la vocación?

 Eduardo Vara, médico y divulgador, aborda el lado oscuro de la vocación profesional y el culto al exceso laboral en un ensayo que pone el acento en sus consecuencias para la salud física y mental






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Maldito trabajo: ¿Hay que seguir el culto al sacrificio laboral o repensar la vocación?

Eduardo Vara, médico y divulgador, aborda el lado oscuro de la vocación profesional y el culto al exceso laboral en un ensayo que pone el acento en sus consecuencias para la salud física y mental

Crisis profesional: cómo actuar cuando llega y a qué tipo de personalidad afecta más

El síndrome de trabajador quemado es un trastorno frecuente. ABC
Raquel Alcolea

¿Cómo surgieron los trabajos y por qué acabaron sometiéndonos? ¿Quién decide el valor de cada profesión y el grado de implicación afectiva que debe asumirse? ¿Existe la vocación o es un invento del capitalismo salvaje?

En su ensayo 'Maldito trabajo' (Ariel), el médico y divulgador Eduardo Vara aborda en tono crítico dos claves de nuestro presente: el culto al trabajo como centro de nuestras vidas y la perversión de la vocación profesional.

A partir de su propia experiencia personal, Vara hace un repaso transhistórico del trabajo y de sus narrativas atendiendo a la sociología, la neurociencia, la psicología, la filosofía y la literatura. Su recorrido pretende abrir el debate sobre la pasión laboral en un momento de precariedad, robotización y digitalización de los empleos, explotación acuciante, 'burnout' y corrupción del tiempo de ocio. Pero además pone el foco en las consecuencias para la salud física y mental de vivir en piloto automático, inmersos en una rueda de hámster laboral en la que "más siempre parece mejor".

¿Qué pasa cuando el componente vocacional se lleva a flor de piel y se vive en el trabajo con ese piloto automático al que hace referencia en su obra?

La cuestión que habría que plantear es por qué se vive en ese piloto automático. Y la sensación que tengo, por las opiniones que he ido recabando y por la investigación que hice antes de publicar el libro, es que el problema está en la sobrecarga, en el exceso de estímulos, apremios, cosas por hacer y tareas pendientes que hacen que siempre tengamos la atención tan fraccionada que nos cueste focalizarnos.

Pero además creo que dentro de este piloto automático hay una cierta rendición mental que consiste en hacer lo justo, no porque no queramos hacer más, sino porque no tenemos el tiempo ni la capacidad de concentración para ir más allá.

Y eso, ¿a dónde nos lleva?

Nos lleva a esa forma de trabajar en la que el fondo se diluye y se acaba entrando en caminos conocidos, rutinas y resignación por agotamiento.

Algunas frases frecuentes en el entorno laboral esconden una cierta perversidad del lenguaje. Un ejemplo: «Un poco de estrés es bueno para rendir mejor»...

Aunque eso de que "un poco de estrés nos hace estar alerta y rendir más" puede tiene una parte de verdad (nos activamos bajo los efectos de la descarga de adrenalina, noradrenalina y cortisol), el problema viene cuando se convierte en lo habitual y se vive de forma sostenida o de una forma muy intensa.

Y aquí es cuando se da lo que en psicología se denomina 'ley de Yerkes-Dodson', que explica que el rendimiento aumenta con la excitación fisiológica o mental, pero solo hasta cierto punto, pues cuando ésta se vuelve demasiado alta y hay sobreesfuerzo o estrés, disminuye el rendimiento y lo que se consigue no es un estado de prealerta, sino daños físicos y mentales. Está demostrado que un estrés prolongado se asocia a un mayor riesgo de sufrir enfermedades mentales y físicas, de modo que puede llegar a aumentar, por ejemplo, la probabilidad de sufrir problemas de corazón o fallos renales.

Cuando habla de la vocación hace referencia a ideas crueles y fatalistas que parecen justificar todo tipo de sacrificios al calor de esa manida frase de «Tú lo has elegido»...

Podría comenzar comentando que si antiguamente los trabajos tenían un cierto poso o aire religioso (misión encomendada), hoy esa especie de misticismo laboral sigue vigente, pero de una manera depurada. Ahora es laico, tiene otras connotaciones, pero sigue conservando esa épica religiosa del sacrificio. Y esto nos lleva a que se siga viendo al trabajador como una especie de mártir que tiene que invertir y esforzarse hasta el límite para lograr su autorrealización, convertirse en alguien ejemplar y exitoso o conseguir cualquier objetivo que se nos ocurra para, supuestamente, crear una idea de sociedad más grande, más elevada; como si eso contribuyese realmente al progreso.

Pero si lo analizamos bien lo que se contempla en el fondo (sea lo que sea el éxito para cada persona) es sacrificar cosas cotidianas, orgánicas y biológicas a cambio de abstracciones que tal vez convendría replantearse.

Esta idea nos conecta con llamado 'síndrome del trabajador quemado' (o del desgaste profesional) y con el hecho de, como plantea en su obra, éste sea el único que asuma la responsabilidad de sufrirlo..

Una de las grandes paradojas que se da en los entornos laborales es que es el lugar en el que más horas pasamos al día pero siempre se ha intentando hacer creer al trabajador que sus problemas no tienen nada que ver con el trabajo, sino con cómo lo gestiona. Y esto tiene mucho que ver con mantras del tipo «si quieres, puedes» y con este optimismo incondicional que a menudo se nos exige y que puede llegar a ser tóxico pues, como decía el filósofo Byung-Chul Han, puede hacer que el trabajador acabe depresivo por sentirse responsable de su propio fracaso en lugar de sentirse explotado por un sistema que no asume su parte de responsabilidad en la salud de los trabajadores.

A menudo se confunden los conceptos de esfuerzo y sacrificio. Esta frase de su libro aclara la base: «el esfuerzo busca ganancias y el sacrificio asume pérdidas». Pero en el día a día no se distinguen...

Es uno de los retos más desafiantes que tenemos como sociedad, sobre todo porque los sacrificios se hacen por abstracciones como el progreso, el bien común, la solidaridad, la imagen de la empresa... Y estos conceptos son tan abstractos que hacen difícil deconstruirlos para enfrentarse a ellos de una forma crítica.

Criticar abstracciones que se han divinizado nos lleva a plantearnos, como propongo irónicamente en el libro: "¿Cómo se discute con un Dios?", "¿Y cómo podemos hacer en ese contexto para conseguir una cierta ventaja o al menos un nivel de igualdad?" El problema viene porque a menudo inmolamos nuestro tiempo y nuestro descanso por abstracciones que tendríamos que definir bien para saber si realmente nos convencen y nos merecen la pena.

Podríamos guiarnos mejor por la idea del esfuerzo, que es más biológica y que nos puede ayudar a entender que dentro del ciclo del esfuerzo también está el descanso y que si no descansamos ni tenemos ese tiempo de recuperación, no podremos rendir igual. Y esa es una de las líneas rojas que no debemos atravesar: no debemos sacrificar esa parte de nuestra biología (descanso, horas de sueño, desconexión...) que es tan necesaria.

Imagen - «El problema viene porque a menudo inmolamos nuestro tiempo y nuestro descanso por abstracciones que tendríamos que definir bien para saber si realmente nos convencen y nos merecen la pena»

«El problema viene porque a menudo inmolamos nuestro tiempo y nuestro descanso por abstracciones que tendríamos que definir bien para saber si realmente nos convencen y nos merecen la pena»

Eduardo Vara

Médico y divulgador«




La presión injusta o continuada, por mucho que la justifiquen nuestros superiores, solo conduce a un agotamiento tan profundo que nos hace experimentar una resaca de presión que puede apagar nuestra creatividad durante dos días»... ¿Esta frase de su libro vale igual para la autopresión? Se la leí recientemente a un compañero de profesión que sufrió un bloqueo....

Sí, claro que vale para la autopresión. Nos han vendido esta idea del hechizo de la voluntad, de la magia de la voluntad y nos han convencido de que podemos con todo si nos esforzamos al máximo, pero esas ideas van en contra de nuestra biología y de la neurociencia. Nuestro cerebro no funciona así. El tiempo no es elástico y no lo podemos dilatar. Nuestros neurotransmisores son los que son y se agotan cuando se agotan. Y nuestras neuronas tardan un tiempo en volverlos a fabricar. Por eso es normal que si presionamos la máquina y lo queremos hacer todo de golpe, tengamos que pagar después un precio biológico.

¿Cuáles son las señales que indican que es urgente repensar la vocación?

Uno mismo debe comprobar si está sacrificando tiempo de calidad con sus seres queridos y con sus amigos porque ese tiempo es precisamente el que nos recarga a nivel mental y el que más nos ayuda a desconectar.

Sacrificar ese tiempo de calidad con los nuestros sería un indicador claro de que el trabajo no te está dejando espacio suficiente para vivir. Y si vamos un paso más allá puede haber otras señales como soñar con el trabajo de manera recurrente, tener problemas de insomnio, tener resacas de presión que lleven a intercalar producción intensiva con fases de agotamientocambios de humorfalta de empatíaaislamiento social... En definitiva cuando olvidamos nuestra parte social y no nos vemos inmersos en una comunidad, algo no va bien y tenemos que pedir ayuda.

«Decidir cansa» y existe la «fatiga de decisión». Son ideas que manifiesta en 'Maldito trabajo'... ¿Qué evidencia el hecho de posponer constantemente las decisiones?

Tendemos a asociar lo que tiene que ver con nuestra esfera intelectual con algo ilimitado y pensamos que la mente tiene procesos elásticos que se pueden más o menos trampear. Pero la realidad que hay detrás de esos procesos mentales sigue siendo biológica. Y eso quiere decir que pensar cansa y que cuanto más complicadas sean las decisiones que tenemos que tomar, más nos cansaremos. Y lo curioso es que las relaciones humanas no son algorítmicas o matemáticas, sino que han de contemplar aspectos emocionales, morales, sociales... etc. Por tanto cada decisión que tomamos es compleja y puede dejarnos agotados.

Cuando habla del culto al trabajo como la nueva religión del siglo XXI explica que está sustentado en la promesa de gratificaciones futuras a cambio de sacrificios en el presente en pro de una sed de trascendencia. Pero muchas personas aseguran que al final de su vida se arrepienten de no haber vivido más experiencias con los suyos, no de no haber trabajado lo suficiente... ¿Por qué se sigue sacrificando tiempo y energía en el trabajo?

Darse cuenta de esta trampa mental ya es un paso. Quizá sería interesante aprender desde edades tempranas cuáles son los sesgos cognitivos para entender el funcionamiento de las cosas y analizar por qué a veces perseguimos objetivostrabajos y ascensos pues tal vez en parte porque lo hacemos porque otros lo hacen y tal vez también porque a nivel neurológico o psicológico sentimos una proyección de nuestro instinto de supervivencia que nos empuja a intentar conseguir más para estar mejor preparados para lo que pueda venir.

Pero además sabemos por la neurociencia que el placer que recibimos en nuestro cerebro imaginándonos en una situación futura superior a la que tenemos ahora es casi más intenso que la que se siente al conseguirlo. Podría decirse que nos "auto dopamos" con estos futuros idílicos que nos vendemos a nosotros mismos a pesar de que lo más sensato sería aprender a disfrutar de lo que ya tenemos a nuestro alcance.

Asegura que podemos llegar a ser «atletas laborales obsesos» y hace referencia a esa obsesión imperante por optimizar el rendimiento profesional y «muscular el curriculum vitae»... ¿Cómo podría reenfocarse esto?

Tal vez habría que reenfocarlo a entornos más domésticos y más familiares (tanto la familia biológica como la familia elegida, amigos y amistades, vínculos...) pues lo que se ha visto en estudios es que lo que produce una mayor satisfacción global tiene que ver con las conexiones con otros, con sentirse parte de una comunidad, de un grupo, con sentirse respaldado y con respaldar, con la reciprocidad, con sentirse reconocido y valorar, con ser ayudado y ayudar, con sentir que formas parte de algo mayor a uno mismo... Tener estos lazos emocionales y afectivos es más interesante si se busca satisfacción vital, en lugar de rendimiento económico.

«Ante una injusticia, una situación desbordante o una sobrecarga ni la mejor actitud del mundo conseguirá solucionar sus consecuencias»

Eduardo Vara






















































Algunos de los valores que se promueven en el trabajo como la motivación, la actitud positiva, la perseverancia, el compromiso, la adaptabilidad y el empoderamiento, ¿son una trampa interesada? ¿cómo podemos distinguir lo que sí es positivo?

Creo que las nuevas generaciones nos están obligando a hacer una reflexión al respecto como sociedad porque ellos han sido los primeros que han querido esforzarse pero no para que las empresas consigan un porcentaje mayor de beneficios cada año, sino para resolver otros grandes retos que tenemos como humanidad que tienen que ver con la convivencia, con la conciencia ecológica y con la protección del medio ambiente. Se trataría por tanto de ir hacia una sociedad en la que aprendamos a convivir y colaborar y no a competir.

Deberíamos escuchar más a los jóvenes porque pueden aportar una visión nueva y poner el dedo en la llaga en las carencias que tenemos como sociedad. En algún momento hay que poner límites a esa eterna rueda de hamster y a toda esa maquinaria que se sustenta en el esfuerzo sin fin.

Ahora que está tan de moda la promoción del bienestar del empleado en las empresas vemos que muchas ponen el acento en que aprendamos a gestionar las emociones, el tiempo, la frustración, las tareas...

Eso tiene que ver con la tendencia a responsabilizarnos de todo lo que ocurre y entronca con las llamadas habilidades blandas ('soft skills'), que también se han puesto de moda, y que se basan en que aprendamos a gestionar nuestros aspectos más personales o más temperamentales. Curiosamente este tipo de técnicas proceden del ejército americano y tiene sentido pues lo que se busca es fabricar soldados que se amolden a las expectativas del empleador. Pero lo que tenemos que tener en cuenta es que dentro de los entornos laborales hay cosas que dependen de nosotros y otras, sin embargo, son injusticias. Y ante una injusticia, una situación desbordante o una sobrecarga ni la mejor actitud del mundo conseguirá solucionar sus consecuencias. Y lo que hay que intentar es resolver ese problema.

¿Hay señales esperanzadoras que ayuden a superar el culto al trabajo y repensar la vocación?

Aquí me pongo en modo médico pues creo que para hacer un buen tratamiento lo primero que hace falta es un buen diagnóstico. Entender los problemas a los que nos enfrentamos es el primer paso para desarticularlos y buscar soluciones entre todos.

Tal vez la clave sería reconducir la actitud competitiva a una actitud más colaborativa y entender que ayudando a los demás nos ayudamos a nosotros mismos más que si solo buscamos el beneficio propio. Y también es importante entender que eso de «más siempre es mejor» nos va a conducir a una sociedad descarnada, agresiva, deprimida y triste; mientras que una sociedad más colaborativa y empática nos ayuda a estar más satisfechos y a ver un futuro mejor, compartido, que es lo que realmente lo necesitamos porque somos animales sociales.





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