lunes, 17 de marzo de 2025

Unai Sordo: “Tendrá un alto coste político no apoyar la reducción de jornada laboral”

 04/03/2025.

CCOO y UGT reclamaron en Barcelona rr la reducción de la jornada laboral hasta las 37,5 horas.

12.000 PERSONAS RECLAMAN EN BARCELONA LA REDUCCIÓN DE JORNADA

Los sindicatos CCOO y UGT se han manifestado conjuntamente hoy, 4 de marzo, en Barcelona para reclamar la reducción de la jornada laboral hasta las 37,5 horas en un momento en el que el anteproyecto de ley de esta norma se ha remitido al Congreso de los Diputados. Y es que, como recordó Unai Sordo, secretario general de CCOO, la clase obrera recuerda siempre que, en lo colectivo, “no hay nada útil y valioso en nuestra historia que no se haya construido con la participación de la clase trabajadora. No hay derechos ni sistemas democráticos que no sean consecuencia de la acción y la decisión de las mayorías sociales y las populares”.

La concentración, en la que han participado, también, los secretarios generales de UGT, y de CCOO y UGT de Catalunya, Pepe Álvarez, Javier Pacheco y Camil Ros, respectivamente, reunió a más de 12.000 personas sindicalistas llegadas de toda España. Un acto sindical que se inició en el Portal de la Pau y finalizó frente a las icónicas tres chimeneas de la antigua fábrica eléctrica de La Canadenca de Barcelona, donde hace más de un siglo se inició una huelga que propició la aprobación de la jornada laboral de 40 horas en España. "Si no nos escuchan, ¡nos encontrarán en las calles!", han defendido ambos sindicatos, que se han hecho escuchar para "dificultar" que los grupos políticos digan 'no' en el Congreso a rebajar la jornada sin merma salarial.

Se respiraba en La Canadenca un clima especial a historia, al que Unai Sordo se refirió de este modo: “La historia demuestra que ningún derecho se conquista gratis. Hay que pelearlo. La memoria nos dice que no hay derechos consolidados para siempre. Incluso, los sistemas democráticos pueden cuestionarse si no hay una fuerte movilización de defensa”, recordó el secretario general de CCOO para abrir su discurso.

CCOO reclama a las formaciones políticas, incluso de centroderecha, el voto favorable a una medida que es "muy valorada" por la ciudadanía. "Somos conscientes de que el éxito o el fracaso de la reducción de la jornada laboral va a tener una relación directa con el nivel de problematización social y de conversación social que haya en torno a la reducción de jornada", defendió el secretario general de CCOO hace unos días, y que ha vuelto a insistir: “No tendremos jornada laboral de 37,5 horas si los partidos, si quienes tienes que votar en el Congreso de los Diputados, no sienten la presión de la calle, en las casas, en los centros de trabajo o en los bares”.

Como en ocasiones precedentes, el secretario general de CCOO espera una reacción en clave derrotista a las reclamaciones sindicales en torno a la reducción de jornada. “Cuando oigáis que vamos a arruinar a las empresas sabed que es un puro mantra, pura ideología. No es ciencia. Es por eso por lo que hoy os movilizáis miles de sindicalistas que representáis a millones de personas trabajadoras: Vamos a hacer hegemónica la idea de que es posible reducir la jornada de trabajo”.

Unai Sordo se empleó a fondo para explicar que la sociedad española del siglo XXI es un clamor en favor de las tesis que denuncian los sindicatos de clase en torno al tiempo de trabajo: ”Esa reforma no solo por justicia social, también por eficacia económica. Han sido demasiados años haciendo normas bajo el punto de vista neoliberal. No hay disputa entre eficacia económica y justicia social”, explicó. En su opinión, en los últimos años estamos demostrando que esto no es así. “Si se reduce el tiempo de trabajo se disminuyen las posibilidades de seguir empleando gente en base a la explotación de trabajadores y trabajadoras o que se paguen las jornadas en B. Hay que favorecer un tipo de empresas que optan por la distribución de la renta y el poder y no los proyectos empresariales que crecen por la explotación”, zanjó.

concluyó hablando del momento histórico que enfrentamos como sociedad: “Estamos en una disputa de civilización. La extrema derecha cuestiona no solo los derechos y los sistemas democráticos. Cuestiona la convivencia misma. Hay que organizar a la clase trabajadora y cuidar los derechos”.

Por su parte, el secretario general  de CCOO de Catalunya, Javier Pacheco, advirtió que si el acuerdo en el Congreso “no llega por la vía parlamentaria se hará llegar a cada barrio, empresa, centro de trabajo y convenio”.

En su opinión, la reducción de jornada por ley “hoy es posible, porque la mayoría social luchará en las calles y presionará para hacerla posible”. Concluyó lanzando un reto a los grupos parlamentarios, particularmente a los grupos catalanes: “Estaremos atentos y atentas porque les toca decidir si están al lado de las mayorías sociales, en el lado correcto de la historia. Si no es así, pagarán la factura”

martes, 11 de febrero de 2025

Maruja Ruiz Martos, la verdadera pionera del bus de ‘El 47’

 Dos años antes de la historia de Manuel Vital, también en un barrio de Barcelona, los vecinos secuestraron un autobús con el mismo objetivo, pero esta vez liderados por una mujer


La historia la escriben los hombres, pero la hacen —en más momentos de los que imaginamos— las mujeres. La frase no sé si es de alguien, o he acabado interiorizándola a fuerza de leer historias de mujeres silenciadas con experiencias vitales más que relevantes y reivindicaciones que acabaron beneficiándonos a todos y que no han recibido el reconocimiento merecido.

Desde que se estrenó la película El 47laureada el sábado con cinco premios Goya —entre ellos el de mejor película—, todos hemos conocido la historia de Manolo Vital, el conductor de ese autobús que, en 1978, lo secuestró, junto con sus vecinos de Torre Baró, para reivindicar su derecho a tener transporte público en su barrio. ¿Y si yo les dijera que, dos años antes, también en un barrio de Barcelona, los vecinos secuestraron un autobús con el mismo objetivo, pero, esta vez, liderados por una mujer?

Maruja Ruiz Martos, la pionera de 'El 47'.Maruja Ruiz Martos, la pionera de 'El 47'.

Esa mujer es Maruja Ruiz Martos.

Todo empezó cuando, rebuscando entre nuestra memoria histórica feminista reciente, llegué a un documental sueco de 1976, Mujeres en Lucha. En él, mujeres antifranquistas de distintas zonas de España relatan sus experiencias en la lucha contra la dictadura: lucha laboral en Asturias, lucha en la resistencia contra los nazis, lucha comunista y feminista, lucha sindical, lucha vecinal… Entre todos los testimonios —a cual más interesante— se encuentra el de Maruja Ruiz Martos, que formaba —y forma a día de hoy— parte de la Asociación de vecinos del Barrio de la Prosperidad. Uno de los nueve barrios —hoy trece— que integran el distrito de Nou Barris. Situados al norte de la ciudad de Barcelona, crecieron en los años 50, 60 y 70 con la llegada masiva de emigración de toda España, barrios de gente humilde que luchó de forma incansable por sus derechos.

En el documental, una joven Maruja explica acciones de lucha vecinal en las que ha participado entre otros el “rapto” de un autobús en la Prosperidad: “Los vecinos tenían que andar como mínimo media hora de bajada para llegar al centro del barrio para coger el autobús (…) y acudieron a la asociación para que les ayudáramos en las gestiones con el Ayuntamiento”. En vano, que si el peso de los autobuses, que si los amortiguadores, que si más sueldos de trabajadores… La empresa de autobuses sabía que los vecinos sí o sí cogerían el bus para ir al centro sin necesidad de que la línea llegara hasta su barrio. Hasta que un día, Maruja, en Asamblea vecinal propuso que “se raptara el autobús 12″. “Se aprobó. Costó dos o tres asambleas convencer a la gente, pero las decisiones se tomaban en consenso, y al final se aprobó, se secuestró el autobús, subimos unas 50 personas, y demostramos que podía subir al barrio sin problemas”.

La historia nos suena, ¿verdad? Es parecidísima a la de El 47, aunque esta tuvo lugar un par de años antes y con una protagonista… mujer. Una protagonista que, escuchada a día de hoy, no puede más que hacerme pensar en la frase del inicio.

El actor Eduard Fernández, en el papel de Manuel Vital en 'El 47'.El actor Eduard Fernández, en el papel de Manuel Vital en 'El 47'.
LUCÍA FARAIG (THE MEDIAPRO STUDIO/EFE)

Pero la cosa no acaba ahí. No contenta con eso, poco después, en asamblea se pusieron de acuerdo para raptar el 11. En el barrio había unas barracas y no se conseguían viviendas. Raptaron el autobús y llegaron hasta el Ayuntamiento de Barcelona. A poco detuvieron a Maruja y a otros compañeros y acabaron un par de días en la comisaría de Vía Laietana. Más tarde, tras muchas luchas, acabaron consiguiendo las viviendas.

Se sucedieron las reivindicaciones en aquellos años, el encierro Motor Ibérica por los despidos de trabajadores, la lucha por impedir la edificación de una planta asfáltica que era tóxica, la demanda de semáforos... Hoy Maruja parece que no ha perdido ni las fuerzas ni la conciencia social y política, y no solo sigue en la Asociación y es presidenta de una asociación de Gent Gran de la Prosperitat, sino que además de vez en cuando va a institutos del barrio a explicar a los chicos lo que vivió y a recordarles “que hay que rebelarse” y que “los valores están por encima de la economía”.

Y manteniendo esa coherencia de militante de base del PSUC, “yo es que soy comunista de toda la vida”, cuando en 2011 el Ayuntamiento de Barcelona, siendo entonces alcalde Xavier Trias, le concede la medalla de Honor de la Ciudad, en el acto en el que se otorgaban los premios, la rechazó: “Personalmente no la puedo aceptar de un gobierno que nos está recortando todo aquello por lo que yo he luchado y lucharé”, le dijo al alcalde y se fue del acto.

En cuanto al 47… pues ella también estuvo ahí y se subió junto a Manolo Vital el día del secuestro.

No sé si Maruja nació peleando por lo que cree que es justo, o ha sido la vida la que la ha llevado a ello a base de ver y vivir desigualdades e injusticias, lo que parece claro es que la historia, la nuestra, nuestra memoria histórica, no debe olvidar nunca esas luchas ni a sus protagonistas y que si hay una persona que se merezca una película en la que se explique su vida, esa es, sin duda, Maruja Ruiz Martos.

Video con la entrevista de periodistas suecos

https://www.youtube.com/watch?v=XcunfB2Nj_E&t=1s

lunes, 3 de febrero de 2025

SUICIDIO: El silencio mata: cómo y por qué hablar del suicidio entre los adolescentes

 Los expertos coinciden en que las conductas suicidas y las autolesiones no son el problema, sino una consecuencia de conflictos previos, y recomiendan abordarlos como desajustes emocionales sin crear pánico

ELEONORA GIOVIO
Madrid - 02 FEB 2025 - 05:30 CET 1
Beatriz Hidalgo tiene 51 años, es profesora de secundaria en un centro de adultos y hace 14 meses perdió a su hijo por suicidio. Dani tenía 14 años. “Desde entonces mi marido y yo no tenemos vida por dentro. El dolor que sientes no se puede describir. Piensas que es una pesadilla y que, al día siguiente, te despertarás y Dani estará allí… Y no está”, dice una tarde de enero en el centro de Madrid, hacia donde se desplaza para hacer terapia de grupo con otros padres que han perdido a sus hijos o hijas. En España, en 2023 (últimos datos disponibles), se suicidaron 4.116 personas, once al día. Diez eran menores de 15 años y 354 tenían una edad de entre 15 y 29. Cifras mayores a las de antes de la pandemia: en 2019 fueron 3.671: 7 eran menores de 15 y 309 tenían entre 15 y 29.

En una carta a la directora de EL PAÍS publicada el pasado 4 de enero, Beatriz pidió ayuda: “El silencio le mató; si hubiéramos podido saberlo, le habríamos conseguido ayuda”, escribió. Lo resume así mientras cuenta que su hijo se cerró y se encerró: “Esto es un enemigo muy grande y silencioso, te viene por la espalda. Es necesario hablar de ello, antes de que sea demasiado tarde”. Está convencido también de ello Sergio Tubio, bombero del Ayuntamiento de Madrid, especializado en intervenciones en crisis suicidas: “Hablar del suicidio no lo fomenta, lo que mata es el silencio”.

¿Cuál es la mejor forma de hacerlo con los adolescentes? “Es crucial abordar la formación y la concienciación sobre este tema de manera responsable”, contesta Luis Fernando López, psicólogo que durante cinco años desempeñó el cargo de coordinador técnico del programa Hablemos de suicidio del Colegio Oficial de Psicología de Madrid. “Entrar en un aula con 400 estudiantes y hablar abiertamente sobre autolesiones y conductas suicidas como si se tratara de un seminario técnico es comparable a irrumpir con un elefante en una cristalería”, explica el también profesor del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
“Debemos tratar este tema sin generar pánico. Este ruido, que alude al miedo inherente que ya existe en la sociedad, puede ser contraproducente. Si se nos dijera que nuestras hijas o hijos están en riesgo vital, que se autolesionan porque no encuentran otra forma de lidiar con la vida, lo normal sería que nos sintiéramos sobrepasados”, continúa. “Sin embargo, el pánico paraliza. Por ello, necesitamos una información que las familias puedan procesar y estrategias que mitiguen el impacto emocional al abordar estas conductas en las aulas”.
Para el experto, en la mayoría de los casos, las conductas autolesivas o las ideaciones suicidas en adolescentes no están relacionadas con un trastorno de salud mental específico, sino con una vulnerabilidad psicológica y emocional que los afecta significativamente: “Tanto el suicidio como la autolesión no son el problema en sí, sino la consecuencia de múltiples dificultades previas que los conducen a estas conductas extremas. Esta situación les impide llevar una vida saludable y afrontar los retos propios

de su edad. Por ello, es fundamental centrarnos en los desajustes emocionales que preceden a estas conductas”.
Y añade: “Si tuviera que dirigirme a un aula con 400 estudiantes, lo haría hablando sobre aspectos como la tolerancia a la frustración, los procesos de ansiedad, la tristeza, las rupturas sentimentales, y las dificultades en las relaciones sociales o familiares. Abordar la conducta suicida requiere un enfoque transversal que contemple estos desajustes y los comportamientos asociados. A menudo, estas situaciones desbordan a los adolescentes, y la falta de apoyo adecuado, ya sea porque no lo han solicitado o no saben cómo hacerlo, o porque han recurrido a la autolesión como única forma de aliviar su sufrimiento, agrava el problema”.
Coincide con él el psiquiatra Enric Armengou, que forma parte del comité de expertos del Ministerio de Sanidad para el suicidio y es especialista en conductas suicidas. Es también voluntario del teléfono de la Esperanza y la línea de Prevención del Suicidio en Cataluña. En septiembre publicó el libro Romper el Silencio: reflexiones para entender y prevenir el suicidio entre los jóvenes. Asegura que la idea nació porque en el colegio de su hija hubo un intento de suicidio y se consideró como un accidente. “Todos, incluidos los niños, sabían que no. Me dije: esto hay que hablarlo bien. Y tras una sesión de grupo con los padres, salió el libro”.

Línea de atención a la conducta suicida
No solo el teléfono de la Esperanza atiende ese tipo de llamadas; en mayo de 2022 el Ministerio de Sanidad creó el 024, una línea específica de atención a la conducta suicida: en el día de su estreno atendió 1.000 llamadas en 24 horas. Desde entonces se han registrado 355.287 (de ellos, los que tienen entre 10-14 años rondan el 1%, mientras que los que tienen entre 15 y 19 oscila entre el 3 y el 5%).
En septiembre, Sanidad también dio a conocer los principales puntos del futuro Plan de Acción para la Prevención del Suicidio 2025-2027. Entre ellos, por ejemplo, el desarrollo de sistemas de información para conocer mejor la realidad de las autólisis; sensibilidad y lucha contra el estigma; prevención en las situaciones de mayor vulnerabilidad [personas mayores de 80 años, los adolescentes o las personas LGTBIQ+]. En ese plan de acción ha trabajado un grupo de expertos que incluye especialistas sanitarios y académicos, supervivientes y representantes de la Policía y bomberos. La ministra de Sanidad, Mónica García, tiene previsto presentarlo en el consejo interterritorial del SNS.
En el instituto donde estudiaba el hijo de Beatriz, los psicólogos atendieron a los compañeros de Dani después de su muerte, pero en el centro no se ha organizado ninguna charla sobre prevención. Hay otros muchos institutos donde tampoco ocurre. Carlos Soto y Olga Ramos, que hace diez años perdieron a su hija de 18 por suicidio, se dedican ahora, entre otras muchas actividades a dar charlas con profesionales de la salud mental en los centros educativos. No ha sido en más de 15 y la mayoría, religiosos. Ambos perciben que todavía hay una barrera que frena a los responsables de los institutos, la del miedo. “Muchas veces el miedo es por desconocimiento”, explican. “Los adolescentes sí quieren saber. Un día fuimos con un sobreviviente y al salir del centro tenía ya el Instagram lleno de mensajes de agradecimiento. En otra ocasión recuerdo a un chaval decirnos que para ellos es complicado porque no tienen un manual de instrucciones de la vida. Le dije que los padres tampoco lo tenemos, por eso es importante hablar. Incidimos mucho en la comunicación con los compañeros, por si ven que está más taciturno o ha tenido un cambio de comportamiento y les explicamos cómo hacer para acercarse, cómo preguntarle”.
Natalia Rodríguez Robles estudió Psicología y trabaja como orientadora educativa en la Comunidad de Madrid. Se encarga de dar formación en los colegios e institutos sobre cómo hablar del suicidio. “Para mí hablar de inteligencia emocional y de resolución de conflictos ya es hacer prevención”, cuenta. Y añade: “El profesorado percibe que han aumentado las autolesiones y preguntan qué está pasando. Quieren saber y tienen ganas de tener herramientas para abordarlo”, añade.
Incide





















Incide el psiquiatra Armengou en que hay que empezar a desmontar el “mito” de que hablar del suicidio lo retroalimenta. “El diálogo es necesario para la prevención y esencial para desmontar los estigmas. Siempre ha habido un tipo de suicidio llamado impulsivo, de cruce de cables. Pero en la inmensa mayoría de casos ha habido señales previas. Una cosa muy importante es que no tienen por qué ser chavales con trastorno mental, sino que lo estén pasando mal. En el fondo es un equilibrio entre la angustia que tienen ―que se mete en los tuétanos, que te parece que puede más que tú, que es eterna― y los sistemas de compensación”.
En su el libro, Armengou explica las diferentes maneras en las que se manifiesta el suicidio en las etapas de la vida: infancia, adolescencia, adultez, vejez. En los adultos “existe un concepto claro y desarrollado sobre la muerte y sus implicaciones. La ideación suicida se suele presentar a raíz de problemas de trabajo, dificultades económicas o enfermedad; en muchos casos, frente a situaciones objetivamente irreversibles”, escribe. “La ideación suicida en los adolescentes en tendencialmente impulsiva, por aquella sensación de encontrarse en un laberinto sin salida o de sentir que se ahogan en un vaso de agua. En muchos muchos casos aparecen señales previas con cambios de actitud o conductas de prueba: ingesta de pastillas, autolesiones o amenazas explicitas de suicidio”. Tanto él como López están preocupados por ese incremento de autolesiones.
De ahí, insiste López, la importancia de abordar el tema. “La autolesión y la conducta suicida están estrechamente relacionadas, aunque representan comportamientos diferentes debido a los objetivos que persiguen. En el caso de la conducta suicida, los adolescentes no buscan acabar con su vida, sino con la forma en que están experimentando y sintiendo su existencia. Ven en ello una solución definitiva a problemas que, en la mayoría de los casos, son temporales y tienen solución si cuentan con el acompañamiento adecuado. Por otro lado, la autolesión es un comportamiento que puede cumplir múltiples propósitos. Puede ser una estrategia de regulación emocional, una forma de autocastigo o incluso un intento de comunicación hacia otras personas, cuando no encuentran palabras o modos para expresar su sufrimiento. Este daño físico les permite, en ocasiones, disminuir la ansiedad y la angustia psicológica que experimentan. A través de la autolesión, los adolescentes intentan recuperar el control sobre el inicio y el fin de su dolor, enfrentándose a algo que sienten que no pueden resolver por otros medios”.
Y añade: “Cuando no existe un acompañamiento educativo adecuado por parte de la familia, la escuela y la sociedad, estos periodos de vulnerabilidad pueden convertirse en algo habitual durante esta etapa de la vida. Esto genera serias dificultades para intervenir, ya que los adolescentes llegan a normalizar el hecho de hacerse daño como una forma de aliviar el dolor social y emocional que sienten, debido a la falta de herramientas para afrontarlo de otra manera”.

Como dice Amaia Izquierdo, psicóloga clínica en el Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid y socia de AEPCP, el adolescente se encuentra en un momento de confusión propio del desarrollo físico y emocional de esa etapa de vida. “En lugar de psicopatologizar la vida cotidiana, es necesario acompañar de manera transversal a nivel personal, pero también familiar y contextual: con la familia, los entrenadores, profesores, monitores de ocio que son los que pueden detectar cambios de comportamientos. Por otro lado, hay que incidirles en que la emocionalidad negativa forma parte de la vida y trabajar para desarrollar frente a ella la empatía, autoestima, respeto propio y hacia los demás, flexibilidad, capacidad crítica y tolerancia al malestar”.
Si necesita ayuda, puede llamar al 024; al teléfono de la Esperanza (717 003 717) o escribir por WhatsApp al 666 640 665. También ofrece asistencia la Fundación ANAR (900 20 20 10).

Eleonora Giovio

martes, 28 de enero de 2025

Las enfermeras no pueden más: “La sobrecarga de trabajo pone en peligro a los pacientes”

Pablo Linde Madrid - 26 ENE 2025 - 05:30 CET 89 Las enfermeras están hartas. Cansadas. Saturadas. Se sienten maltratadas. Ninguneadas. No pueden más. Son las palabras que usan para describir sus condiciones laborales, la “carrera de obstáculos” que es su profesión, una irremediablemente vocacional que, sin embargo, tiene a cuatro de cada diez planteándose dejarlo: irse al extranjero, cambiar de trabajo, jubilarse anticipadamente. EL PAÍS ha hablado con una docena de ellas, de distintos puntos de España, con realidades muy distintas, pero sensaciones ―las descritas unas líneas atrás― compartidas. Una de las piedras angulares de todo esto ―que no la única― es que son pocas (el colectivo se suele autodenominar en femenino porque el 85% son mujeres). Un informe del Ministerio de Sanidad ponía la semana pasada números a este déficit, del que llevan años quejándose: harían falta 100.000 más para llegar a la ratio media de la Unión Europea de enfermeras (8,5 por cada 1.000 habitantes frente a 6,5 en España). En otras palabras: por cada tres profesionales que hay en la sanidad (pública o privada) haría falta otra más para llegar a los estándares comunitarios y, según dicen, prestar la atención que los pacientes necesitan. La enfermera rural Inés Olandía, en Medina de Rioseco, Valladolid. La enfermera rural Inés Olandía, en Medina de Rioseco, Valladolid. Emilio Fraile Que tres personas hagan un trabajo que requeriría de cuatro, cuando en sus manos están las vidas (en los casos más extremos) y el bienestar de los pacientes, puede tener muchas consecuencias de distinta gravedad, pero ninguna buena. Como reconoce una enfermera que prefiere no identificarse del Hospital La Paz, en Madrid, “la sobrecarga” puede redundar en “errores en la administración de la medicación”, lo que “pone en peligro la seguridad de los enfermos”. Su trabajo con neonatos críticos hace que sea necesaria una vigilancia constante, muy cercana, ininterrumpida, que se hace imposible si faltan compañeras, si no se cubren las bajas, “algo muy frecuente”. Es un ejemplo de muchos. Inés Olandía, enfermera rural en la provincia de Valladolid que trabaja con población que mayoritariamente está en el otro extremo de la pirámide demográfica, pone otro: “Si no somos suficientes para visitar cada día a un paciente con una herida, y lo hacemos cada dos o tres, puede sobreinfectarse, dar problemas, que en casos críticos haya que amputar algún miembro por no tratarlo a tiempo”. En una UCI con pacientes críticos, “la medicación siempre se da”, dice Daniel Fernández, que trabaja en la del hospital Son Espases, en Palma de Mallorca. Pero cuando las cargas de trabajo son grandes, fallan otros cuidados. “Vas a lo urgente y a lo mejor no tienes tiempo para sentar a un paciente que debe pasar algún tiempo fuera de la cama, no puedes hablar con ellos lo suficiente, tampoco informar a las familias de cómo han pasado el día”, relata. El enfermero Daniel Fernández, el viernes en Palma de Mallorca. El enfermero Daniel Fernández, el viernes en Palma de Mallorca. Francisco Ubilla La falta de enfermeras da lugar a más listas de espera. “Si hay dos quirófanos de maxilofacial, pero no somos suficientes enfermeras para atenderlos, no se pueden utilizar a la vez aunque haya médicos suficientes. Tenemos demoras de seis meses para quitar las muelas del juicio”, dice otra de la Comunidad de Madrid que también prefiere mantener el anonimato. Las plantillas insuficientes también obligan a doblar turnos. “Y no es lo mismo trabajar 8 horas que 16. Por muy buena que seas, la capacidad de atención baja”, continúa esta sanitaria. Una encuesta que hizo el sindicato mayoritario (Satse) en 2023 reflejaba que el 85% de las profesionales considera que tiene a su cargo más pacientes de lo que considera seguro. Para dar solución, los sindicatos llevan años reclamando una ley de ratios: topar por ley el número de pacientes que una enfermera puede tener a su cargo. Tras la interrupción abrupta de la anterior legislatura, quedó pendiente de tramitarse en el Congreso, donde llegó gracias a una Iniciativa Legislativa Popular que recogió 700.000 firmas. La normativa europea que el Gobierno adoptó para regularizar al personal público está ampliando el número de personal fijo, pero, todavía, la estructura en prácticamente todas las comunidades autónomas se basa en buena medida en trabajo precario, contratos por días o semanas, cambios constantes de servicio para cubrir las necesidades donde se requieren. Las enfermeras se tienen que incorporar a servicios que quizás nunca han pisado antes, con protocolos diversos en cada caso. Victoria Martínez, que ha desarrollado su carrera en Granada, asegura que en muchas ocasiones las llaman de un día para otro y que en mitad de un contrato les pueden cambiar varias veces de destino. “He tenido que aprender de dos sitios distintos, con lo que eso conlleva: necesidades distintas, medicaciones distintas, pacientes con perfiles distintos. Eso puede repercutir en errores”, lamenta. Pese a que en Enfermería existen especialidades, como sucede en medicina (aunque son muchas menos), no se suelen respetar. De las 345.969 enfermeras que hay en España, 46.114 tenían alguna de las siete especialidades reconocidas: Familiar y Comunitaria, Matrona, Salud Mental, Trabajo, Geriatría y Pediatría. Pero la mayoría no ejercen en su disciplina, según una encuesta del Ministerio de Sanidad. Carmen Rosa Hoyos, de 55 años, pidió la convalidación de su especialidad en 2007, después de muchos años trabajando en Primaria. La resolución llegó en 2022, y de poco sirvió, porque para ese entonces su plaza ya estaba en un hospital. “El sistema está formando y pierde oportunidad de integrar esos recursos. Pierde conocimiento y motivación”, dijo en la presentación del sondeo Javier Padilla, secretario de Estado de Sanidad. Carmen Rosa Hoyos, enfermera en Palencia. Carmen Rosa Hoyos, enfermera en Palencia. Ana Frechillas Más allá de los pacientes, son las enfermeras las primeras en sufrir este sistema, en una profesión en la que se pasan años (a menudo décadas) sin una plaza fija, que llega de media pasados los 40 años, según Satse. Por medio, además de infinidad de minicontratos, hay ofertas públicas de empleo (Opes) cuyas vacantes son prácticamente imposibles de ocupar sin los méritos que dan precisamente estos años previos de precariedad. Maite Falcón, de 50 años, consiguió por fin una plaza fija después de 25 de carrera. Pero aunque el proceso terminó en 2022, todavía no ha tomado posesión de ella. Espera que sea en Ourense, donde trabaja, pero no tiene garantías de esto; en teoría, podrían mandarla a cualquier lugar de Galicia. Su situación se repite, con peculiaridades y matices, en el relato de muchas compañeras: “Te vas presentando a todas las Opes, los exámenes que la administración te exige tener para obtener tu plaza. Los vas aprobando y nunca consigues llegar. Al principio porque sacas notas muy buenas, pero como es concurso oposición, no tienes suficiente tiempo trabajando. A medida que pasan los años y vas haciendo tu vida, el nivel de notas empieza a bajar. Llegan los hijos, una serie de responsabilidades que vamos teniendo personas con la edad, compitiendo con otras que pueden estudiar diez horas al día. Nunca te guardan la nota, el haber aprobado y superado fase no sirve para nada en siguiente ejercicio. Luego empiezas a sacar notas más bajas, te ganan otras personas, cada año las reglas del juego cambian: unas veces los puntos valen un 60% y la nota un 40%, otros 70-30, otros 50-50...”. Maite Falcón, frente al centro de salud de O Couto, en Ourense. Maite Falcón, frente al centro de salud de O Couto, en Ourense. ÓSCAR CORRAL Ella sacó plaza de interina hace seis años, el tiempo que lleva con pagas extra, vacaciones pagadas y capacidad para organizar su vida, algo que no había podido hacer en las dos décadas previas de profesión, porque siempre debía estar disponible por si la llamaban, para que no le penalizasen y se lo pusieran todavía más difícil para sacar plaza fija. “Vivía en un limbo. Tuve que pedir ir a la boda de mi hermana como favor personal; tuve que bautizar a mis hijos muy pequeños porque se terminaba la baja laboral y no sabía qué disponibilidad tendría después, si yo misma podría asistir”, recuerda. Se plantean dejarlo Ante estas condiciones, son muchas las que se plantean dejarlo. Olandía, la enfermera de Valladolid, está estudiando Psicología. “La enfermería para mí es vocacional. Me encanta, pero me he visto tan maltratada y precarizada que me tengo que plantear otro futuro”. Martínez, la de Granada, estudió incluso la carrera de Filosofía, se doctoró en bioética y aspira a compatibilizar academia con clínica, algo que es “prácticamente imposible”, son dos mundos estancos que no se hablan, en los que los méritos de un lado no cuentan para el otro. Fernández, el de la UCI de Mallorca, que se fue de su tierra andaluza porque allí no había forma de encontrar algo decente, también tiene estos pensamientos con frecuencia, buscar algo que “no tenga nada que ver” con la sanidad. “No quiero despreciar a ninguna profesión, pero conozco camareros que cobran más o menos lo mismo que yo, que tengo vidas en mis manos”, argumenta. Otro frente que tienen abierto las enfermeras es precisamente el reconocimiento de una categoría profesional que hoy por hoy está por debajo de lo que se corresponde con el plan de estudios de Bolonia. Antes de su implantación, hace 15 años, la carrera era una diplomatura, por lo que su techo en la administración era un nivel A2, mientras que las licenciaturas podían optar a ser A1. A pesar de ser ya un grado de cuatro años, los contratos en la administración todavía registran esta “discriminación”, tal y como la tildan los sindicatos. En estos días, Sanidad está negociando un estatuto marco de los sanitarios en el que este será uno de los puntos. Según dijo el pasado miércoles la ministra, Mónica García, habrá una “reclasificación” que sitúe a cada profesional en una categoría acorde a su formación, sus créditos y sus másteres.

martes, 21 de enero de 2025

La ley de dependencia se hace mayor de edad azotada por recortes y esperas: “Quizá no funcionó como deseábamos”

 

Desde 2020 han fallecido 126.133 personas a la espera de su ayuda, según los datos oficiales recogidos por la asociación, que estima que desde que entró en vigor la ley la cifra puede ascender hasta las 900.000. Los expedientes tardan 330 días de media en tramitarse cuando por normativa el plazo no debería exceder los 120, subraya el informe, aunque la demora se ha reducido en casi 100 días desde 2019. Con todo, 18 años después, solo hay dos comunidades, Euskadi y Castilla y León, que cumplen con los tiempos marcados. El número de personas aguardando su resolución está en descenso, pero es lento: 2024 va a cerrar con más de 290.000 usuarios desatendidos, a la espera de algún tipo de trámite. Son 4.782 menos que en 2023.









“El daño que se produce a las personas que han muerto en una lista de espera no es de recibo”, evalúa Pilar Rodríguez, que estuvo en la elaboración en 2004 del libro blanco de la atención a las personas con dependencia, la antesala de la ley, y ahora es presidenta de la Fundación Pilares para la Autonomía Personal. El Tribunal Supremo abrió la puerta este año por primera vez a reconocer las ayudas post-mortem, de manera que se reintegren a los herederos los gastos que estuvieran pagando con sus recursos por no haberse garantizado el acceso a las prestaciones. Las largas esperas, apunta Rodríguez, son disuasorias para algunas familias: “La gente a veces ni lo pide porque saben de antemano que tarda y que es lioso. Parece que se tiene asumido cuando es un derecho que hay que reclamar”.

En positivo, como contrapunto, recuerda que “España fue parte de un movimiento en Europa de consolidación de derechos, a la par que Alemania o Francia”. “Fue un hito importantísimo pero nació un poco manga por hombro. La idea era buena, aunque quizá fue precipitado”, continúa. “Si se mira con perspectiva, en 2006 apenas había 300.000 personas con algún tipo de prestación y ahora estamos en el millón y medio. Hay un salto importante que se debe resaltar. No todo son fracasos, aunque quizá no ha funcionado como deseábamos”, analiza Julia Montserrat. Antes de la ley, la cobertura dependía de los servicios sociales. No había obligaciones homogéneas en todo el Estado.

La ley tardó en arrancar –hasta 2015 no se cubrió a los usuarios de los grados menos dependientes– y con apenas cinco años sufrió recortes durísimos que la han condicionado hasta hoy. Todavía siguen en vigor cláusulas que son herederas de aquella crisis. Por ejemplo, la ayuda económica para cuidados en casa se puede retrasar hasta dos años sin ninguna penalización, aunque en la mayoría de las comunidades se ha derogado.

En 2006 apenas había 300.00 personas con algún tipo de prestación y ahora estamos en el millón y medio. Hay un salto importante que se debe resaltar. No todo son fracasos aunque quizá no ha funcionado como deseábamos

Julia Montserrat, doctora en Economía y experta en el ámbito de la dependencia

El Gobierno pretende desterrar definitivamente esta medida en la reforma de la ley que ya está redactada, aunque todavía no se ha llevado al Consejo de Ministros. Sumar acusa a la parte socialista de la coalición de demorar este paso. Otro de los residuos todavía operativos de aquel real decreto de crisis fue la incompatibilidad de prestaciones, a la que también se pone fin. “No puede ser que con un enfoque comunitario una persona tenga derecho solo a un servicio. Necesita tener derecho a la combinación de servicios porque el ámbito comunitario exige un centro de día, exige un tiempo de ayuda a domicilio, exige una teleasistencia”, aseguró hace unas semanas la directora general del Imserso, Mayte Sancho. Varias comunidades habían suprimido esta medida, pero no todas.

El “estrangulamiento” de 2012

“El estrangulamiento financiero, que se inició en 2012 como consecuencia de la política de recortes aplicada por el Gobierno de Rajoy y se prolongará por casi cuatro años hasta 2015, supuso un auténtico desastre”, analiza la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de los Servicios Sociales. No solo fueron las “restricciones presupuestarias” sino que estas se combinaron con “medidas de restricción de derechos”, como el periodo de carencia de dos años, la reducción de horas de la ayuda a domicilio –que no volvió a subirse hasta 2023– o el fin de la compatibilidad entre diferentes prestaciones.

El sector de la dependencia es, casi dos décadas después, una olla a presión que debe responder a una demanda imparable, que se sostiene con profesionales en la precariedad y que mantiene a los usuarios –a las personas dependientes y sus familias– ahogados económicamente. Solo una pequeña parte de las personas dentro del sistema de la dependencia español están institucionalizadas –concentran el 42% de los recursos económicos aunque son una minoría del 12,3%–; las que no, también necesitan ser cuidadas y la cobertura pública “no llega a todos los días todas las horas suficientes”, advierten las expertas.


En España, el sistema se ha ensanchado por la parte privada y “siempre hay que complementar: o bien alguien de la familia deja de trabajar o si tienes dinero contratas a alguien por tu cuenta para que te cubra donde lo público no alcanza”, recuerda Montserrat. Esta situación se repite en el 80% de los casos, según los datos del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Imserso), dependiente del Gobierno. Hay 2,13 millones de personas que han solicitado una prestación para la dependencia en España, según los últimos datos. La cifra ha crecido un 12% en cinco años.

Baja el gasto público por dependiente

El Gobierno lanzó en 2020 un plan de choque cuyos resultados ya se reflejan en los datos: el sistema ha atendido, desde que se implantó, a 287.636 personas más. El Ministerio de Derechos Sociales ha inyectado 600 millones de euros más al año a las consejerías entre 2021 y 2023. La financiación estatal se había desplomado hasta el 15% en 2015 después de acumular años y años de caídas. Ahora se sitúa en el 30%, aunque no llega todavía al porcentaje de 2019. La competencia es autonómica, pero la financiación es tripatita: las comunidades, el Estado y los usuarios, que cargan con un copago desde el arranque de la ley de dependencia. Nunca se planteó como un derecho universal y gratuito como la sanidad o la educación.

Sin embargo, el informe de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales resalta que el promedio de gasto público por persona dependiente se ha reducido en 121 euros en el último año: “Se situará en 5.982 euros, lo que confirma la deriva low cost emprendida por las comunidades autónomas en las prestaciones y servicios que ofrecen”. “Detectamos que se están recetando prescripciones más baratas porque lo que paga el Estado no viene en función del coste de la prestación sino del grado de dependencia de la persona. Es decir, se financia lo mismo un centro de día, una plaza residencia o 30 horas de ayuda a domicilio”, desarrolla la experta Julia Montserrat.

“Darle la vuelta a este trasatlántico que es los servicios de dependencia es difícil, pero eso no quiere decir que no tengamos que seguir intentándolo”, traslada la presidenta de la Fundación Pilares. La reforma de la ley, defiende el Ministerio de Derechos Sociales, busca avanzar en un cambio de modelo –por ejemplo, se equipara la familia al entorno relacional como una consecuencia de los cambios en los modelos familiares– junto con una estrategia de desinstitucionalización que el equipo del ministro Pablo Bustinduy presentó antes de verano para priorizar la permanencia en casa frente a las grandes residencias.


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